La lectura de la Biblia nos pone casi continuamente ante parrafadas,
casos, gentes y conductas profundamente pueriles —por ser generosos en el
adjetivo—, pero en ocasiones la narración bíblica resulta tan esperpéntica que
obliga a preguntarse sobre si Dios sabía con quién se jugaba los cuartos o si,
por el contrario, para realizar sus planes y a mayor gloria de sí mismo, se
complacía eligiendo a varones notablemente limitados para el arte de pensar.
En esos casos, Dios se comportó como la mitad del pueblo
norteamericano que eligió y reeligió presidente a Bush hijo, un personaje que,
dicho sea de paso, merecería ser un varón bíblico, tanto por su afición a agredir
y despreciar a pueblos ajenos y masacrar a inocentes, como por su capacidad
para, según él, escuchar y seguir la voz de Dios.
Como muestra de la querencia que tuvo Dios por este tipo de personajes,
recordaremos aquí a dos varones muy distintos entre sí: uno es Sansón,
especie de Rambo con cerebro de mosquito cuyo recuerdo debería abochornar
a la especie humana; el otro es Salomón, un tipo sin escrúpulos, que mandó
asesinar a cuantos estorbaban su ambición, y que siendo ya rey elegido por
Dios, tuvo que pedirle a éste que le dotara de inteligencia para poder ejercer el
cargo real. Y Dios se la dio, claro, según manifestó él mismo, y de ahí la gran
fama que dejó Salomón tras de sí (además de otros asuntillos más
escabrosos)
SANSÓN, UN JUEZ MUY CORTO DE
ENTENDEDERAS
Son universalmente conocidas las hazañas de Sansón, hijo del danita
Manué, un elegido de Dios al que éste dotó de una fuerza sobrehumana a fin
de que, tal como éste le anunció a la madre antes de quedar preñada —a
pesar de ser estéril—, fuese el primero en liberar a los israelitas del dominio
filisteo.
Así pues, Dios dotó a Sansón de una descomunal fuerza, pero le negó la
sensatez, convirtiendo al que sería el último héroe carismático del periodo
bíblico de los jueces en un energúmeno dominado por las pulsiones de su
fuerza bruta y de su bragueta, conformando una mezcla de músculos de
Rambo con una querencia al apareamiento propia de James Bond; el diseño de
la criatura se completó adjudicándole una necedad tan enorme que, de puro
infmita, sólo podía corresponder a un milagro divino.
Veremos a continuación como la palabra de Dios, desde los versículos de
Jueces, nos relata las aventuras de uno de los necios más aplaudidos de la
historia humana:
Sansón bajó a Timná y allí se encontró una mujer entre las niñas filisteas.
Subió para comunicárselo a su padre y a su madre: «He visto a una mujer en Timná —les dijo—, una niña filistea. ¡Consíganmela como esposa!». Su padre
y su madre le dijeron: «¿Acaso no hay suficientes jóvenes en nuestro clan y en
todo nuestro pueblo para que vayas a buscarte una entre los incircuncisos,
entre los filisteos?». Pero Sansón respondió a su padre: «Consíguemela
porque me gusta». Su padre y su madre no sabían que eso venía de Yavé,
quien quería crear problemas con los filisteos (en ese tiempo Israel estaba
sometido a los filisteos) [y vuelta a las andadas: Dios, desde detrás de las
bambalinas, se aplica nuevamente en complicar las cosas hasta lo absurdo, a
fin de que los versículos bíblicos puedan seguir hablando de muertes sin fin].
Bajó pues Sansón a Timná con su padre y su madre. Cuando venía por las
viñas de Timná, le salió al paso un león joven. En ese momento se apoderó de
él el espíritu de Yavé, desgarró al leoncito como se desgarra a un cabrito,
siendo que nada tenía en las manos. No contó nada de esa hazaña ni a su
padre ni a su madre [¿qué culpa tenía el león de que Sansón anduviese con las
hormonas revolucionadas? ¿Y qué estaban haciendo sus progenitores para no
enterarse de lo que pasó ante sus narices?].
Enseguida bajó y habló con la mujer que le gustaba. Al cabo de un tiempo
volvió a Timná para llevársela. Dio un rodeo para ver el cadáver del león: en el
cuerpo del león había un enjambre de abejas con miel (...)
Cuando el padre de Sansón bajó a la casa de la mujer, Sansón ofreció un
gran banquete según la costumbre de los jóvenes. Como le tenían miedo, le
habían buscado treinta jóvenes para que lo acompañaran. Sansón les dijo:
«Les voy a proponer una adivinanza. Les doy los siete días del banquete para
que la resuelvan, y si la adivinan les daré treinta túnicas y treinta trajes para
cambiarse. Pero si no adivinan, me darán treinta túnicas y treinta mudas». Le
respondieron: «Dinos la adivinanza, te escuchamos».
Sansón les dijo: «Del que come salió lo que se come, y del más fuerte
salió lo dulce». Durante tres días no pudieron resolver la adivinanza. Entonces,
al cuarto día, dijeron a la mujer de Sansón: «Hazle arrumacos a tu marido para
que te explique la adivinanza. o si no te quemaremos a ti y a la familia de tu
padre; ¿o es que nos invitaste para robarnos?» [con este tipo de amigos, a la
mujer no le hacían falta enemigos].
La mujer de Sansón se puso a llorar a su lado: «Tú sólo me odias —le
decía—, tú no me quieres. Ni siquiera me has explicado esa adivinanza que
propusiste a los jóvenes de mi pueblo». Le respondió: «Ni siquiera se la he
explicado a mi padre y a mi madre, ¿y quieres que te la explique?». Ella siguió
así llorando los siete días que duró el banquete [será, si acaso, los tres últimos,
según se desprende del párrafo anterior], y al séptimo día, como él estaba
cansado con eso, le dio la solución.
Ella, inmediatamente, se la dio a los de su pueblo, y al séptimo día antes
de la puesta del sol, la gente de la ciudad dijo a Sansón: «¿Qué más dulce que
la miel y qué más fuerte que un león?». Les respondió: «Si no hubiesen arado
con mi vaquilla, no habrían acertado con mi adivinanza» [y si Sansón no
hubiese sido un necio y un bocazas, tampoco].
El espíritu de Yavé se apoderó de él y bajó a Ascalón. Allí dio muerte a
treinta hombres, les quitó la ropa y se la dio a los que habían explicado la
adivinanza [ésa es la justicia de Dios, que permite y facilita el asesinato de
treinta inocentes para que el cretino que eligió para realizar sus planes pueda
pagar la apuesta que perdió por ser un lelo]. Luego, muy enojado, se volvió a la
casa de su padre. En vista de eso dieron la mujer de Sansón a uno de los
jóvenes que lo habían acompañado [buen ejemplo para un cristiano: el varón
de Dios se acostó con ella, tal como deseaba, pero como metió la pata hasta el
corvejón ante su mujer, la abandonó y ésta fue adjudicada a uno de sus
«amigos»]» (Jue 14,1-20).
Algún tiempo después, en la época de la cosecha del trigo, Sansón fue a
ver a su mujer llevándole un cabrito. Dijo: «Quisiera estar con mi mujer en su
pieza». Pero su suegro le impidió pasar. Le dijo: «Como pensé que tú ya no la
querías, se la di a tu compañero [¿y Sansón no se enteró?]. Su
hermana menor es más hermosa, ésta será tu esposa en vez de aquélla
[vemos aquí a otro buen padre bíblico: un tipo bestia desvirga a su hija, la
abandona, asesina a treinta inocentes para pagar la deuda de una apuesta,
regresa a por más cama con la hija, y el padre le ofrece a otra, menor y más
hermosa ¡¿?!].
Entonces Sansón les dijo a todos: «Esta vez, si hago algún perjuicio a los
filisteos, no les deberé nada». Se fue Sansón y atrapó trescientos zorros. Tomó
unas antorchas y ató a los zorros de a dos por la cola poniendo una antorcha
entremedio. Luego encendió las antorchas y soltó a los zorros en los campos
de los filisteos. Así quemó todo: los atados, el trigo en pie y hasta las viñas y
los olivares. Los filisteos preguntaron: «¿Quién hizo eso?». Les respondieron:
«Sansón, el yerno del hombre de Timná, porque este último le quitó a su mujer
y se la dio a su camarada». Subieron entonces los filisteos y quemaron la mujer
junto con su padre [¡qué bien se lo pasaría Dios provocando tanta muerte
injusta!].
Sansón les dijo: «Ya que ustedes actuaron así, no me detendré hasta que
no me haya vengado de ustedes». Les dio una tremenda paliza [obsérvese que
Sansón asesinó sin más a treinta inocentes para robarles su ropa y sólo le dio
una paliza a quienes quemaron vivos a su mujer y suegro] y después bajó a
vivir en una cueva de los Roqueríos de Etam (Jue 15,1-8).
Pero los despropósitos del joven y ardiente Sansón dieron para mucho
más dentro de los planes de Dios, que creyeron oportuno proseguir la historia
del liberador de su pueblo en un burdel de Gaza.
Sansón bajó a Gaza. Allí se encontró con una prostituta y entró en su
casa. Le dijeron a la gente de Gaza: «¡Sansón vino para acá!». Organizaron
rondas y se quedaron de guardia toda la noche a la puerta de la ciudad. No se
movieron en toda la noche porque decían: «Esperémoslo hasta la mañana y
entonces lo mataremos».
Sansón estuvo acostado hasta la medianoche. Se levantó a medianoche,
tomó las puertas de la ciudad con su marco y las arrancó junto con su tranca.
Se las echó a la espalda y se las llevó a la cumbre de la montaña que está
frente a Hebrón [otros varones se echan un pitillo tras el coito, pero Sansón
andaba imbuido de Dios y sus humos necesitaban mayor gloria].
Después de eso se juntó con una mujer del valle de Sorec que se llamaba
Dalila. Los jefes de los filisteos fueron a verla y le dijeron: «Sedúcelo con tus
encantos y trata de averiguar de dónde le viene esa fuerza tan grande y cómo
podríamos dominarlo, amarrarlo y domarlo. Cada uno de nosotros te dará mil
cien siclos de plata».
Dalila [de la que no se aclara si era ramera o sólo voluntariosa] preguntó a
Sansón: «Dime, te lo ruego, de dónde proviene tu fuerza extraordinaria. ¿Cómo
se podría amarrarte y domarte?» [la pregunta le resultaría sospechosa al más
idiota de los humanos, pero no a ese ardiente varón de Dios]. Sansón le dijo:
«Si me ataran con siete cuerdas nuevas que todavía no estén secas, perdería
mi fuerza y sería como un hombre cualquiera» [¿embustero? ¿bobo? ¿o con
ganas de jugar, tal como hacía el galo Obelix sacudiéndole a los romanos
tontorrones creados por Albert Uderzo y Reneé Goscinny?].
Los jefes de los filisteos le entregaron siete cuerdas nuevas que no se
habían secado todavía y ella lo amarró; había escondido a unos hombres en su
pieza [habitación]. Le gritó: «¡Sansón, los filisteos te atacan!». Rompió de un
golpe las cuerdas como se rompe la mecha de estopa cuando se la quema: no
descubrieron el secreto de su fuerza [ni tampoco nos cuenta la palabra de Dios
si a Sansón le iba el sexo sadomasoquista —¿de qué otro modo puede
explicarse que se dejase atar en la cama por su amante?—, o qué dijo cuando
vio salir a los filisteos de debajo de su cama y qué hizo con ellos].
Dalila dijo a Sansón: «Te burlaste de mí y me contaste mentiras. Dime con
qué hay que amarrarte». Le dijo: «Si me atan con cuerdas nuevas que nunca
hayan sido usadas, perderé mi fuerza y seré como un hombre cualquiera» [muy
encelado debía de andar ese hombre con su amante, o era más bruto que un
arado]. Dalila lo amarró con cuerdas nuevas; luego dijo: «¡Sansón, los filisteos
te atacan!». Le habían preparado una emboscada en su pieza [habitación],
pero él rompió las cuerdas como si fueran hilo [Sansón jugaba a ser Obelix,
seguro... o la palabra divina nos gastó una broma de colegial dando por cierta
una historia tan chusca].
Dalila dijo a Sansón: «¿Cuántas veces más me contarás mentiras? Dime
con qué habría que atarte». Respondió: «Si tú entretejieras las siete trenzas de
mi cabellera en la urdimbre de un telar, si las apretaras con un peine de tejedor,
perdería mi fuerza y sería como un hombre cualquiera». Ella lo durmió [¿cómo?
Aunque lo imaginamos], entretejió las siete trenzas de su cabellera con la
urdimbre de un telar [¿cómo? Aquí no hay forma de imaginar nada coherente],
las apretó con un peine de tejedor y le dijo: «¡Sansón, los filisteos te atacan!».
Se despertó de su sueño y arrancó el peine, la lanzadera y la urdimbre [y digo
yo, ya que estaba dormido, ¿para qué despertarle? ¿No podían aprovechar los
filisteos para darle pasaporte mientras dormía ajeno al estropicio que su
amante le hacía con la pelambrera?].
Entonces ella le dijo: «¿Cómo puedes decirme que me amas? Tu corazón
no está conmigo, ya que tres veces te has burlado de mí y no me has dicho de
dónde proviene tu enorme fuerza» [ni ella, al parecer, le contó de dónde salían
los filisteos de su dormitorio].
Como siguiera molestándolo y acosándolo todos los días con la misma
pregunta, creyó que se iba a morir [¡¡¡pobre criatura!!!].
Entonces le abrió su
corazón. Le dijo: «Estoy consagrado a Dios desde el vientre de mi madre y
nunca ha pasado la navaja por mi cabeza. Si me raparan, se me iría la fuerza y
quedaría tan débil como cualquiera» [Sansón y bobo deberían ser sinónimos
en cualquier diccionario].
Dalila vio que esta vez le había revelado su secreto. Mandó a buscar a los
jefes de los filisteos y les dijo: «Vengan ahora porque me ha revelado lo más
secreto de su corazón». Los jefes de los filisteos fueron a su casa llevando el
dinero en la mano [la dama era perseverante, aunque no idiota; a estas alturas
ya parece claro que lo suyo con Sansón no era amor, sino oficio]. Después de
haber hecho dormir a Sansón en sus rodillas [¿?], llamó a un hombre para que
le cortara las siete trenzas de su cabellera [la habitación de Dalila debía de ser
como el camarote de los hermanos Marx] y comenzó a perder sus fuerzas: su
fuerza se le había ido.
Entonces ella dijo: «¡Sansón, los filisteos te atacan!». Él se despertó de su
sueño y pensó: «Me desataré como las otras veces y me libraré» [esto
demuestra que a Sansón, efectivamente, le iba el juego tipo Obelix]. Pero no
sabía que Yavé se había retirado lejos de él [aquí comienza un juego muy
bíblico, el de la terrible crueldad de Dios para con muchos de sus
«protegidos»].
Los filisteos lo apresaron y le sacaron los ojos. Lo hicieron bajar a Gaza, lo
ataron con una cadena doble de bronce y lo pusieron a dar vueltas a la piedra
de un molino en la prisión. Sin embargo, después que le cortaron el pelo, su
cabellera volvió a crecer [resulta que Dios, para gozo de los lectores de esta
historia, no sólo creó idiota a Sansón... también los filisteos andaban escasos
de masa neuronal].
Los jefes de los filisteos se juntaron para ofrecer un gran sacrificio a Dagón
su dios. e hicieron una fiesta. Decían: «Nuestro dios puso en nuestras manos a
nuestro enemigo Sansón» (...) Cuando todos se sintieron bien contentos (...)
Fueron a buscar a Sansón a la prisión y él dio varias vueltas a la vista de todos,
luego lo pusieron entre las columnas. Sansón dijo entonces al joven que lo
llevaba de la mano: «Tú guíame, ayúdame a tocar las columnas que sustentan
el templo para que pueda apoyarme en ellas» [su lazarillo ocasional, además
de un iluso, sería arquitecto, puesto que fue capaz de saber a simple vista
cuales eran las ¿dos? columnas que sostenían todo el edificio].
El templo estaba lleno de hombres y mujeres. Allí estaban todos los jefes
de los filisteos, y en la terraza había como tres mil hombres y mujeres que se
divertían mirando a Sansón [eso sí era una fiesta a lo grande]. Entonces
Sansón invocó a Yavé y le dijo: «¡Por favor, Señor Yavé! Acuérdate de mí y
dame fuerza por última vez. ¡Quisiera hacerles pagar a los filisteos mis dos ojos
de un solo golpe!». Sansón tocó las dos columnas centrales en las que se
sostenía el templo y se apoyó en ellas: su brazo derecho en una y su brazo
izquierdo en otra [o Sansón tenía unos brazos de más de tres metros o aquel
lugar se parecía más a un párking moderno que a un palacio antiguo]. Luego
Sansón exclamó: «¡Que muera yo con todos los filisteos!». Se estiró con todas
sus fuerzas y se derrumbó el templo encima de los jefes y de todo el pueblo
que estaba allí. Los que arrastró consigo a la muerte fueron más numerosos
que aquellos a los que había dado muerte durante toda su vida [esto es lo
fundamental para el dios bíblico, que hubiese cuantos más muertos mejor] (Jue
16,1-30).
Así acabó la historia de Sansón, que por designio divino «había sido juez
de Israel veinte años» (Jue 16,31). Dado que Dios apostó decididamente por
ese híbrido de Rambo con bragueta de James Bond y cerebro de mosquito,
para liberar a su pueblo, cabe preguntarse si ese sujeto representaba lo
mejorcito que el Altísimo podía encontrar entre su grey, o incluso si fue la
criatura más excelente que éste fue capaz de crear.
Aunque, viendo que Dios eligió a este fulano expresamente, incluso
haciendo posible el embarazo de su madre estéril, y que le acompañó —
insuflándole el espíritu divino que le dotaba de superioridad— en todos sus
actos, sin importar que fuesen absurdos, injustos, necios o criminales —o todo
ello a la vez—, cabe extraer la conclusión de que Dios, cual moderno
programador de contenidos televisivos, actuó asentando una máxima que hará
furor en el mundo de hoy, esto es, que cuanto peor, mejor.
La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: aunque un tonto útil sea
causa de vergüenza pública por sus actos necios, deplorables y hasta
criminales, éstos deben ser olvidados o reinterpretados a fin de que quienes se
beneficien de ellos puedan ensalzarlos como gloria bendita de heroica
memoria.
EL GRAN SALOMÓN: UN BISOÑO AL QUE DIOS, TRAS HACERLE REY,
TUVO QUE DARLE INTELIGENCIA
Si el Dios que todo lo puede fue capaz de darle carrera y fama bíblicas a
un tipo como Sansón, no debió de sorprenderse demasiado cuando Salomón,
otro de sus maravillosos elegidos a dedo (divino), aprovechó su aparición para
solicitarle obtener por la vía del milagro lo que la naturaleza, al parecer, le
había negado, esto es, inteligencia para juzgar.
El rey se dirigió a Gabaón para ofrecer allí sacrificios, pues era el principal
Lugar Alto. Salomón ofreció muchos sacrificios en ese altar, más de mil
holocaustos. Allí en Gabaón Yavé se le apareció en sueños a Salomón durante
la noche. Le dijo: «Pídeme lo que quieras y te lo daré».
Salomón le respondió: «Tú has mostrado una bondad muy grande para
con tu servidor David, mi padre; es cierto que caminó en tu presencia en la
fidelidad, la justicia y la sinceridad. Tú no has puesto fin a esa bondad hacia él,pues has querido que su hijo esté ahora sentado en su trono. Tú me has hecho
rey, Yavé, Dios mío, en lugar de mi padre David. Pero yo soy todavía muy
joven y no sé aún actuar [Dios se lucía eligiendo a sus ejecutivos]. Tu servidor
se las tiene que ver con tu pueblo, al que tú mismo elegiste, y es un pueblo tan
numeroso que no se lo puede ni calcular ni contar. Concede pues a tu servidor
que sepa juzgar a tu pueblo y pueda distinguir entre el bien y el mal [¿no sabía
hacerlo antes de ser rey por voluntad divina? ¿Quién educó tan mal a ese
chaval?]. ¿Quién podría en realidad gobernar bien a un pueblo tan importante?
Le agradó al Señor el pedido de Salomón, y Dios le dijo: «No has pedido
para ti una larga vida, ni la riqueza ni la muerte de tus enemigos, y en cambio
me pediste la inteligencia para ejercer la justicia. Pues bien, te voy a conceder
lo que me pediste. Te doy un corazón tan sabio e inteligente como nadie lo ha
tenido antes que tú y como nadie lo tendrá después de ti [y así nos ha ido a los
humanos desde la desaparición de Salomón]. Y además te daré lo que tú no
has pedido: tendrás riquezas y gloria más que ningún otro rey de la tierra
durante tu vida. Si andas por mis caminos, si observas mis ordenanzas y mis
mandamientos como lo hizo tu padre David, te daré larga vida» (1 Re 3,4-14)
[la frase «como lo hizo tu padre» era astuta, ya que David delinquió
reiteradamente con el beneplácito de Dios, y Salomón antes de recibir este
premio divino ya había transgredido varias leyes de Dios asesinando a su
hermano y a otros].
De resultas de tan preclara y divina inteligencia, Salomón saltó a la fama
perpetua gracias al conocido juicio de las dos rameras que convivían y que
acudieron ante su tribunal para dirimir si, tras la muerte nocturna del bebé de
una de ellas, el que quedó vivo era de la una o de la otra.
El rey tomó la palabra: «Tú dices: "Mi hijo está vivo y el tuyo está muerto".
Y tú dices: "¡No! porque es tu hijo el que está muerto mientras que el mío está
vivo"». El rey ordenó: «Tráiganme una espada». Le llevaron al rey una espada.
Entonces el rey dijo: «Corten en dos al niño que está vivo y denle una mitad a
una y la otra mitad, a la otra».
Entonces la mujer cuyo hijo estaba vivo dijo al rey, porque se le
conmovieron sus entrañas de madre: «No, por favor, señor, denle a ella mejor
el niño que está vivo, pero que no lo maten». Pero la otra replicaba: «Pártanlo,
así no será ni mío ni tuyo». El rey entonces decidió: «Den el niño que está vivo
a la primera, no lo maten, porque ella es su madre».
Todo Israel oyó hablar de la sentencia que había pronunciado el rey;
desde entonces hubo un gran respeto por el rey porque se veía que la
sabiduría de Dios estaba con él cuando administraba justicia [obvio, sí, claro] (1
Re 3,16-28).
La palabra de Dios evidencia aquí su enseñanza: lo importante es llegar a alcanzar cargo y apoderarse de la poltrona, que la inteligencia para
desempeñarlo ya llegará, por milagro (o no).
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